Crítica de un sombrero lleno de sol
 

EL DIARIO DE ÁVILA


        Son ya casi una docena de premios los que acreditan el buen hacer narrativo de Carlos Sánchez Pinto. No conozco toda su obra, pero puedo juzgar a la vista de Nonato, XXV Premio “Ateneo de Valladolid”, y esta última, publicada en marzo de este año y premiada con el “Armengot” de Castellón: Un sombrero lleno de sol. Confieso que el título evoca para mí un teatro desaparecido, de allá por los cincuenta, pero el contenido enlaza con el Tempo lento que presidía el relato premiado en Valladolid y que fue su arranque literario.

        ¿Qué había en Nonato? Una sabia asimilación de tanta literatura ruralista o falsamente aldeana, hecho por hombres de ciudad, pero recreada por Carlos S. Pinto con verdad sincera. Era su infancia puesta en los ojos de Nonato o asomada a ellos. Y éste es el peligro de un libro tan sincero: le sobra el buscar el acierto estilístico, el redondear la frase; y le salva siempre el acierto que golpea con una palabra, con un escondido recuerdo vuelto ahora viva leyenda.

        –Haga un milagro, abuelo.

        –Pero ¿qué milagro ni qué milagro?

        Nonato era ese milagro de salvación de una infancia más, de una cultura que se ha ido al garete en nuestros pueblos, por falta de valoración de la misma.

        Pero el lector apresurado podría identificar autor y personaje, en demérito de la narración. Por eso el contraste con Un sombrero lleno de sol viene a advertirnos de que se trata de criaturas literarias. Allí era la infancia, aquí es la adolescencia, el tiempo de estudio, de internado, el primer amor, casi stilnovista. Y los personajes se independizan del autor: Raúl Pedrajas White, Helen, don Hilario, Eva, y la madre, lejana y distante como en los cuentos de Jardín Umbrío de Valle Inclán. El lenguaje de Nonato tenía más color, era sin duda verdadero; aquí es más estudiado, más literario, rozando un modernismo del que hay buena muestra en nuestros clásicos recientes y, por otra parte, buscando la libre imaginación de hispanoamericanos, o, más cerca, de Alfanhuí o de Félix Muriel de Rafael Dieste.

        Un sombrero lleno de sol parte de un yo autobiográfico, para sorprendernos con un tú, que de momento creemos un lapsus de oficio en el narrador y que se afirma después, para pasar a unas notas de cuaderno de bitácora con que se cierra el libro. Pero la soledad del comienzo está ahora matizada por la memoria del amor y la espera de que éste lea alguna vez esas páginas. Un mundo de alusiones literarias está detrás de estas balbuceantes palabras: “Ya es otoño, Helen. Y el otoño me trata como a un árbol más, y me deshoja”. “Miro durante unos momentos la mañana, desnuda ya de pájaros, y me bajo al salón donde mi madre lee junto a la chimenea”.

        Como su hermano Vicente Sánchez Pinto, estamos tentados de buscar recuerdos comunes y personas aludidas. Es como decía Vicente el juego de las alucinaciones, pero el riesgo es mayor y la actividad crítica de Carlos no es la de su hermano. Hay una memoria luminosa que incluso llena el sombrero de sol, como en Castilla y en verano.


Jacinto Herrero Esteban



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Artes y letras LAS PROVINCIAS AÑO IV Núm. 125


El premio Armengot tiene talento

Por Rafael Añon


        Un sombrero lleno de sol fue la novela ganadora del premio Armengol en su duodécima edición. Su autor, el señor Sánchez Pinto, es un escritor con tan breve como apabullante historial. En cuatro años, nos viene a informar el solapista, ha ganado ocho premios literarios. Un record.

Un sombrero… es un relato construido en primera persona. Cuenta el proceso biográfico –intelectual, pero, sobre todo, afectivo– del personaje que habla. Su trayecto narrativo concluye con el enfrentamiento, y la aparente superación, de un primer conflicto amoroso en la adolescencia.

     El relato se lee francamente bien. El señor Sánchez tiene un notable talento poético y descriptivo.

        Nos viene a la mente ese memorable fragmento del entierro de Lito, el hijo de unos titiriteros (páginas 29 a 33), quizá el trozo más inspirado del libro. O este otro, buen ejemplo de prosa fresca: “Mi padre me puso la mano sobre la cabeza y dijo, expulsando el humo azul de su cigarro largo y delgado:

        –Este mocito vino mal y te dejó estéril.

     Yo no sé qué tontería me dio por los higos, porque en tanto mi madre callaba con gesto compungido, yo comencé a liarlo todo con la higuera del Evangelio, que no daba higos porque era estéril; el caso es que no volví más a saquear las higueras de Lucas el alguacil; aunque me asomaba de vez en cuando sobre las bardas del fuertecillo. Mira qué bien le vino.”

Lo que quizá más nos ha llamado la atención ha sido el tino con el que el señor Sánchez emplea las imágenes y otros recursos poéticos. Juzguen si no:

“… cuando a veces sorprendía tu mirada, que enseguida huía, temerosa de la mía, a ponerse a salvo como un pájaro, sobre la cúpula de San Nicolás.” (Página 99.)

“Entonces, allí, mientras estábamos en silencio junto a la fuente, un golpe de viento cambió de sitio todas las sombras.” (Página 108.)


Un sombrero lleno de sol.

Editorial Librería Armengol.

Castellón de la Plana.


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Fiesta del Libro


Santiago Fortuño Llorens

(XII PREMIO ARMENGOT)


        Carlos Sánchez pinto con su obra Un sombrero lleno de sol obtuvo el Premio Literario concedido por Librería Armengot, y en estos días aparece publicada.

        Un sombrero lleno de sol, por sus dimensiones, se inscribe en la difícil catalogación entre novela corta y cuento extenso. Pero lo que sí resulta más fácil, es su encuadre en lo referente al género literario: nos encontramos ante una novela lírica. Novela en cuan se da el complejo espacio-temporal-humano. Lírica por la evocación personal-emotiva e individual efusión sentimental que impregnan todo el relato.

        Un sombrero lleno de sol supone el retorno recreado, la búsqueda y la recuperación de la infancia y pubertad del personaje central, narrador al mismo tiempo, Raúl Pedrajas White. Este tema resulta recurrente en la actualidad en nuestra novelística y, a partir de Sigmund Freíd, comporta y ha dado pie a curiosas y divertidas interpretaciones psicológicas.


Argumento


   El protagonista recuerda, vive por medio de la escritura literaria sus años infantiles, adolescentes, recalcando el ambiente y paisaje que los enmarcan. Cuatro etapas jalonan la historia y el argumento de la obra: su infancia burguesa y feliz, el encuentro con la muerte de un pequeño ser inocente, su época de internado y el descubrimiento/evocación del amor. Todo ello envuelto en deseos vehementes de libertad y autenticidad.

        El tiempo ideológico-social, referencial de la narración lo podríamos situar en la década de los 50, en un medio geográfico castellano, rural predominantemente; elementos estos que enlazan con la biografía y propias vivencias del autor.

        Un sombrero lleno de sol está construida sobre la técnica que los innovadores europeos de la novela matizaron a principios de siglo, sobre el monólogo interior, la confesión y la memoria revividoras. Por eso en esta obra, son el recuerdo y la realidad concreta, sensorial, sugeridora el elemento unificador, los hilos conductores que la tejen.

Veinticinco secuencias la componen. Unas largas, narrativas, y otras, las más, cortas, como breves destellos líricos.

   Carlos Sánchez Pinto hace gala de una riqueza léxica notable que se cristaliza en el conocimiento y la utilización de innumerables términos referentes a la fauna y flora, en una abundante adjetivación, que, en ocasiones, raya en lo barroco, en un afán perfeccionista y en un impresionismo comparativo que da nombre a la presente creación narrativa.

Estilo más propio de un autor mediterráneo que de un abulense como es Sánchez Pinto, quien en ocasiones deja escapar más de un solecismo como el frecuente leismo y alguna construcción forzada.


La huella de Delibes


      La lectura de esta obra galardonada nos trae a la mente claras influencias tanto temáticas como técnicas; el tratamiento del medio escolar con tonos expresionistas y caricaturescos al estilo de Pérez de Ayala, Vargas Llosa y, más remotamente, a Quevedo, entre otros; a Bécquer y J. R. Jiménez por su carga soñadora y emotiva; la descripción subjetiva e impresionista de Gabriel Miró… Pero la huella más ostensible es la del vallisoletano Miguel Delibes.

        El nombre de Carlos Sánchez Pinto, no desconocido en el mundillo literario de la ciudad de Valencia, consigue con el premio a Un sombrero lleno de sol ratificarse en los galardones ya concedidos en otras ocasiones, y así ampliar el número de sus lectores.