Un sombrero lleno de sol
 
SOLAPA:

    Premio Armengot 1981, novela en la que el autor ha creído ver ese reflejo dorado de los años en difícil equilibrio entre la infancia y la adolescencia, cuando la arcilla de que todos estamos hechos es moldeada con mañas de alfarero por el entorno que nos rodea, por es forma única de descubrir las cosas esenciales.

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FRAGMENTOS:

    Están ahora en la memoria aquellas horas ardientes en que tú corrías por las avenidas persiguiendo a las mariposas. Me suena otra mañana de julio dentro del corazón, como aquellas de gloria en que jugábamos en el jardín. Te alejabas y volvías por entre los rosales, yo veía el esplendor de tus mejillas, el aura luminosa de tu cabello, te perseguía, queriendo asir las cintas de tu vestido, hasta que caías, por fin, rendida y me ofrecías, de rodillas, tendiendo a mí las manos, el sombrero de junco, lleno de sol, que yo me volcaba sobre la cabeza. Reíamos hasta que nuestras manos, sin saberlo, se encontraban sobre la hierba caliente para contagiarse de latidos. Tú me ofrecías la flor envuelta en música, aureolada de luz, descansando sin tallo sobre la albura de tu mano inmóvil ante mí. Huía un pájaro por el cenit llameante y lodos le mirábamos abatirse por entre las ramas de los altos chopos del río, como un diminuto Ícaro asustado.
    Muchas veces he ido a tumbarme sobre aquel mismo césped, esperando que otra vez tu sombrero se llenara de sol.

Págs. 126 a 127
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    Ya es otoño, Helen. Y el otoño me trata como a un árbol más, y me deshoja.
    El sol extiende ya sus rayos lacios y amarillentos sobre la tierra recién removida para la siembra, y la pradera se ha cubierto de flores moradas. Los chopos comienzan a tener sonoridades de arpa. Cada mañana me despierta el canto del cuco, y en los cortinones de la ventana señala la persiana su pentagrama de oro. Un avión barrena durante unos instantes el silencio del campo, después vuelve a oírse el canto del cuco, pausado y regular, el griterío de los gorriones.
    He soñado, ¿he soñado?, que cruzábamos la verja del jardín cogidos de la mano, y tú llevabas aquel vestido blanco de primorosas puntillas azules. Ahora recuerdo que he despertado entre la noche mojado por mis lágrimas.
    Puedo traerte a mí en la memoria, Helen, y te hago respirar a mi lado, y te descubro escondida tras el mirto, en cuya apagada verdura oscilan tus ojos de lluvia. Te sorprenderé tras el tronco de un árbol y tu risa rodará por las avenidas olorosas de hierba cortada, pisaré otra vez contigo las quietas manchas de sombra en las avenidas del jardín, ahora que un sol tibio ha eclipsado en la pradera las equívocas luminosidades nocturnas, los últimos gusanos de luz, mariposas de luna que revolotearon anoche por entre las hojas de los castaños.
    Hierba segada eres tú, Helen, amarilleciendo sin remedio en el recuerdo, olorosa un día, fresca, y mañana aventada a la margen de un río que amorosamente recogerá a su paso brizna a brizna para llevarte más allá de la memoria, definitiva y dolorosamente a un mar de olvido donde te convertirás en apenas una leve sonrisa de espuma, en una tenue luz. Dicen que así sucede siempre, son cosas de la edad, y qué tristeza.

Págs. 127 a 128
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    En todas partes, en todas las cosas, hay un camino hacia tu recuerdo; y mientras te traigo a mi en la memoria, contemplo, al borde de la fuente, la nieve herida por mis lágrimas.
    Este aguanieve de enero roto en cristales, me luce gloriosamente el corazón. Imagino mi alma como una habitación encalada, cuadrada, húmeda y limpia; hay una mesa de pino virgen con perfume de resina y menta. No hay música, sólo la paz del ancho campo que nos oprime con sus legua vacías. Acaso un río sin arena ni peces, sin verde ni reflejos.
    Sólo el agua.
    Un río, simplemente.
    ¿Acaso no es bastante una casa y un río en el campo de esta mañana detenida, sin pájaros?
    Y la paz de pensar que no te he conocido nunca, que no ha habido tarde ni mañana contigo, que todo vendrá luego, cuando el maíz esté amarillo y cruja.
Aquí, en medio del jardín, asistiendo al funeral del viejo chopo muerto, me siento ahora tranquilo como un manantial.
    Mañana seré el fuego, la zozobra y las lágrimas.
    Subo a mi habitación, ahora tan sombría y entonces tan luminosa, tan llena ahora de evocaciones y ayer de sueños. Abajo, en el silencio del jardín, saltan los gorriones ateridos.
Me llamas con un perfume de jazmín, golpeas mi memoria con el aura luminosa de tus cabellos, me despiertas el llanto con una dulce música de salterio. Y yo tiendo mis manos al claro lienzo de la mañana, al viento helado que un día fue brisa por entre las estremecidas hojas de las acacias.
    El chopo ha muerto: los oros de otro tiempo son sólo fría plata esta mañana.

Págs. 137 a 138