Nunca me había yo sentido más pobre y desvalido, ni nuestra casa del pueblo me pareció más rudimentaria, que al volver de aquella estancia de fin de semana en el Palacio de Borgoña, donde al final de mis estudios de preparatorio me llevó Moisés, que había sido invitado por la marquesa de Albaflorida. Volví como se vuelve de los sueños, con la cabeza llena de imágenes de cuento; como si hubiera estado en el castillo de Irás y no Volverás. Los salones con chimenea y suelos de tarima; las lámparas de cristal de roca y las panoplias; los cuadros y tapices que cubrían las paredes enteladas; las pesadas cortinas de terciopelo y las descabelladas historias que la anciana marquesa me contaba sobre sucesos antiguos entre aquellos muros de calicanto, me descubrieron un mundo de fantasía del que tardé en salir. La imagen de las sigilosas doncellas con cofia y el automóvil negro conducido por chofer de uniforme, se me quedaron para siempre en la memoria para recordarme la existencia de un mundo diferente al de adobe y tapial que hasta entonces había conocido. Se tiende siempre hacia la luz que nos deslumbra, como las mariposas en la noche, aunque la llama nos abrase.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Le vi caminar sobre la grava del sendero entre los altos pinos. Al final se volvió, alzó la vista y nos hicimos adiós agitando la mano. Desapareció al cruzar la verja y me tendí de bruces sobre la cama para llorar sin contenerme.
A partir de ese día quise hacer de mi vida una espera, y mi único consuelo era intentar persuadirme a mí mismo de que mi estancia allí era temporal, de que todo pasaría y al cabo sólo me quedaría de aquella soledad la imprecisa sensación que dejan los sueños. Vagaba por los espacios comunes y por el jardín eludiendo cualquier relación, y buscaba siempre un lugar apartado bajo los pinos para sentarme con un libro deseando que los días transcurriesen deprisa.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Volvimos ateridos una tarde de enero, anochecido ya, y el sobre estaba en el vasar de la cantarera. La imagen de la carta me transmitió la sensación confiada y paciente de una paloma mensajera largo tiempo esperada, que por fin había alcanzado su destino tras una travesía de dificultades sin cuento. Al conocer la letra me dio miedo tocarla, como si temiera que levantase el vuelo si alargaba la mano, como si desconfiase del mensaje que portaba.