fragmento de velatorio de lobos
 

        A media tarde dejó de nevar, pero del Gorgonio ya no se columbraba más que una figura sin perfiles a cuyo extremo sobresalía el pico de una abarca. Amagados al amparo de un zarzal, junto al fuego de leña verde y mojada cuya humareda enturbiaba el blanco hiriente de la nieve, los hombres escucharon tres clamores que se desprendieron desde el campanario como tres goterones de tinta espesa, en seguida absorbidos por el opaco silencio asentado sobre el campo. A golpes de aguardiente combatían un frío sideral que pulía los pensamientos. No hablaban. Con restringidos movimientos se ofrecían la petaca o la botella y con la misma parsimonia liaban un cigarro a cuya punta arrimaban un tizo. Uno de los dos alzó la cabeza y señaló con un gesto hacia el pueblo, desde donde llegaba amordazado el tañido de la campana.     El otro frunció la boca y aprobó con una leve inclinación. Sonrieron ambos. Al fin el cura no había tenido más remedio que claudicar.

   Durante unos instantes observaron el oscuro vuelo del cuervo, suspendido perezosamente bajo el cuenco plomizo que iba tiñéndose de sombra. En seguida la escarcha comenzó a endurecer el contorno informe del coscojal. Se levantaron al unísono y estuvieron arrimando leña, seguros de que la vela iba a ser larga. El seco chasquido del ramaje turbó durante el acopio la helada calma de una noche que apareció sin transición. No obstante, clareó. Una difusa luz azuleó el paisaje. Bajo el frío relumbre de un cielo rutilante, volvió a señalarse el perfil amortiguado del Gorgonio.