fragmento de zelk
 

        Ardía la mañana de agosto.

        Hasta el encargado de la cantina cerró, con el pretexto de ir a buscar tabaco.

    Protegiéndose la mano con un paño húmedo, agarró el tirador encandecido y venció el contrapeso hasta que la persiana metálica cayó con un chirrido seco, guillotinando una lengua de sol que avanzaba bajo la cortina de junco.

       –He oído por la radio que se ha escapado un pupilo de ahí arriba –dijo al pasar junto a la ventana de la oficina del jefe de estación. Y señaló en dirección al penal con el índice por encima del hombro–. Igual tenemos fiesta –pronosticó jocoso.

Y se fue.

        Se le vio caminar con paso cansino bajo las acacias petrificadas por la calina y diluirse al fin entre la galbana, antes de llegar al principio de la avenida desdibujada por un aire loco de sol.